La Tercia del Maestre y el horno de poya

Autor: Enrique Lillo Alarcón
ISSN 2386-5172 - Serie: XV-8
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Enrique Lillo Alarcón
Autor: Enrique Lillo Alarcón

La Tercia del Maestre

El concejo tiene poder sobre veinte tinajas, son de la tercia del Maestre. Si alguna se rompe, el concejo está obligado a reponerla. Aunque no se define aquí con claridad, es muy probable que estuviesen instaladas en el edificio de la Tercia.

El horno de poya

El horno de poya

Los visitadores vieron en el pueblo, una casa destruida que era un horno de poya. Pertenecía a la encomienda de Mirabel, en la que también estaba encuadrada la villa de Miguel Esteban, el comendador era, por entonces, Juan de la Panda el Viejo.

El horno de poya lleva destruido desde hace unos 4 años, es decir, desde el año 1474, según lo que les dice el concejo.

Para arreglarlo y permitir a los habitantes de La Mota que pudieran cocer el pan allí, mandaron pregonar por el pueblo que se ofrecía en censo. Alfonso Sánchez de Manjavacas ofreció a los visitadores una renta de 600 maravedís anuales, por el censo del horno, quienes aceptaron para que tuviera el alquiler durante toda su vida.

De todo esto, los visitadores informaron al comendador Juan de la Panda, cuando lo encontraron en Cuenca.

Los hornos de cocer pan, llamados de poya, se instalaban en las villas para facilitar a los pobladores que pudieran cocer su pan. Se llamaban de poya debido a que se pagaba, en ellos, el impuesto del mismo nombre, consistente en entregar una parte del pan que se cocía o su equivalente en maravedís. Normalmente, con una fanega de trigo se obtenían unos 48 panes, de los que se entregaban de 2 a 4 panes como impuesto de poya.

Se construían en una casa de cuatro paredes, con tejado, la mitad de atocha y la otra mitad de tejas, en su interior se instalaba el horno. Cerca del horno se ponían poyos de obra, o bancos y mesas de madera, para extender la masa; también servían para asiento en los tiempos de espera del cocimiento del pan, y dónde se comentarían todos los chascarrillos referentes a los sucesos más significativos del pueblo.

La dotación mas completa, estaba constituida por un hornero, encargado de proveer la leña y encender el horno, y por una encargada de cocer el pan, además de ayudar a las vecinas a extender la masa, preparar los panes, introducirlos en el horno con una pala de madera, vigilar la correcta cocción y finalmente retirarlos del horno.

Los vecinos, en sus viviendas, preparaban la masa de pan por la noche. Mientras, el hornero calentaba el horno con leña de encina, vigilando que se alcanzase la correcta temperatura. De madrugada el horno de poya estaba listo para recibir panes. Era una labor de las mujeres y sus hijas, bien de madrugada, 5 o 6 de la mañana, varias mujeres, pertenecientes a familias distintas, recorrían las calles de La Mota, con sus cestas de enea cubiertas con paños, hasta llegar a la casa del horno, preparaban los panes con la encargada, y antes de introducirlos hacían su marca en ellos, una cruz, unas listas, un sello..., de modo que al sacarlos no hubiese confusión de a quién pertenecía cada cuál. Esta medieval costumbre de los hornos de poya, se conserva en la actualidad, en las marcas que llevan los panes que compramos en las panaderías. Al mismo tiempo, las mujeres, con la masa sobrante de recortes, se preparaban pequeños dulces de harina, que comían mientras esperaban la cocción principal. 

Casa de horno

Cuando terminaban recogían sus panes, entregaban la poya al hornero, y ya tenían pan para varias semanas. El hornero vendía el pan entregado, a otros vecinos que lo necesitaban, consiguiendo las rentas del horno.

Los hornos pertenecían a la Orden o a los comendadores, en menor medida a los concejos. Eran muy vigilados porque suponían unas rentas extras para las encomiendas, y ayudaban al repoblamiento de los lugares (la misma constante de la Orden en la Edad Media, conseguir que los lugares estuvieran poblados). En La Mota lleva destruido varios años, de ahí la preocupación de los vecinos y de los visitadores de la Orden.

[Signatura: AHN,OM,UCLÉS,L.1063]

Por: Enrique Lillo Alarcón
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